La llamada

 

La llamada

Ya tenía todo listo; vestía mi pijama rojo y verde con renos, el gorro de santa, calcetines calentitos y lo que no podía faltar, mi collar plateado con el dige que me había regalado mi abuela la navidad anterior. Las luces cálidas del arbolito de navidad acobijaban el ambiente, mientras encendía la computadora y me conectaba para hacer la videollamada tan esperada con mis padres al otro lado de la pantalla.

Era mi quinto día aislado y solo en esta habitación, el virus del que tanto se hablaba en los informativos había llegado a mi puerta y de forma impetuosa entró sin pedir permiso. Milagrosamente mis síntomas no son alarmantes, un poco de tos y dolores esporádicos de cabeza. Soy consciente de la suerte que tengo, ya que muchas personas con esta enfermedad tienen síntomas más graves e inquietantes.

Faltaban dos minutos para que mis padres se comunicaran conmigo. La ansiedad poco a poco se apoderaba de mí. Era una navidad muy distinta a las anteriores. Era tradición en las fiestas reunirnos con toda la familia en la casa de de mis tíos, comer un delicioso pavo y a la medianoche brindar con nuestras copas. Reinaban las risas y las carcajadas, juegos familiares y concursos de chistes.

Ahora sí, menos de un minuto para la tan deseada llamada. Compruebo por última vez si la cámara y el micrófono están en orden, y presiono el botón de “iniciar llamada”.

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